Estoy atravesando una etapa de "no quiero ver a nadie". Este encierro hizo que mirara muchas más horas de televisión de las recomendables, muchas películas (de esas en las que 
realmente se mueren todos), y nada de lo que me había propuesto al principio de estas vacaciones. Los libros siguen ahí, lo sé. Pero acaso las vacaciones no están hechas para -precisamente- no hacer 
nada más que lagartear?
Me he alejado un poco del mundo. Estoy 
esperando. Qué? 
A quién, sería más correcto preguntar.
 A ella. A ella, que llega el sábado y yo me como los dedos pensando que hace 
un mes que no me ve, y si eso puede habernos afectado. La paranoia me toma por sorpresa,

 como ahora, que fue absolutamente necesario levantarme de la cama para vaciar mi cabeza. Acá.
Sé que debería intentar dormir. A las 8 a.m. me van a extraer una pequeña muestra de sangre para analizarla. Tal vez no encuentren 
sangre y sólo un líquido negro que sirva para empuñar la pluma. Tal vez sí encuentren sangre y después de una semana de paranoia pre-resultados me digan "usted sufre de 
lesbianitis crónica" y yo suspire 
aliviada. Tal vez me desmaye y tal vez no.
Hoy creo que vi un 
chongo. En este pueblo, sí, un chongo... quién lo iba a decir, la capital de la homofobia también produ

ce chongos. ¿Será que por ser la capital del 
salamín hay una especie de machismo impuesto sobre l@s loc@s que viven acá? ¿Como un 
símbolo fálico déspota?
Quién sabe. A mí 
siempre me gustó más el 
queso.