lunes, 4 de marzo de 2013

Les dije...

Yo no miento. No miento ni digo malas palabras, señor lector, pero en algunas noches calurosas -como ésta- las ficciones me ayudan a sobrevivir. Mejor dicho, son lo único que me salva. A pesar de ese innegable hecho, ya han pasado algunos meses desde la última vez que me senté a mentir, digo, a escribir. Usted sabrá disculparme, estaba enamorad@, ya le habrá sucedido: el tiempo se mueve a su antojo y cuando se quiere acordar tiene un anillo colgando en alguna parte del cuerpo. Pero yo no, todavía no, no así. Lo que perdí -y cómo lo perdí- no tiene nada que ver con eso. Para qué se lo cuento, entonces. Se lo cuento porque ése fue el comienzo, porque sigo confiando en que toda historia que empiece por el amor terminará en el mismo lugar, o al menos en la búsqueda de él, que no es una empresa a la cual se deba subestimar...



Que tengo mil inicios de historias y ningún final.

Ingrafiable


La posibilidad de ser
todo, se perdió entre
miedos al sol y alegrías
oscuras, pendulares,
amores no deseados,
desconfianza en frascos,
la incómoda espera.
A la distancia
en cielos brillantes
inmensos, inestables
intentaron otra vez
encontrar consuelo.
Se analizaron lúcidos,
ella puro deber;
se debatieron molestos,
él no querer ceder.
Incompatibles puentes
se acusaron por igual:
cobarde silencio y
lágrimas desmedidas.
Él le pidió su tinta,
ella le rogó su sangre.
Si podrían amarse,
preguntaron susurrando.
No hubo respuesta.


Proyecto terminado, corregido y a publicar =)

jueves, 22 de noviembre de 2012

Vacío

Cuando se despertó esa mañana, instantáneamente supo que le faltaba el estómago. Se había ido a dormir con un cuerpo completo y ahora le faltaba un órgano. ¿Qué tenía que hacer? Se vistió despacito por las dudas, aunque no le dolía nada, y enfiló para el hospital. Cómo se los iba a explicar, pensaba, pero le preocupaba más el porqué. Cuatro cuadras, nomás, hasta que entró a la guardia con semejante cara de susto que la chica detrás del mostrador lo hizo pasar en quince minutos a una salita blanca con una camilla pequeña. Cuando apareció un muchacho jovencito con una bata también blanca, se lo dijo en un susurro: "No tengo estómago." El joven se paralizó y lo miró fijamente a los ojos, tratando de descubrir si esas palabras tenían algo de veracidad o si ya tenía que ir a decirle a la enfermera que llamara a los de psiquiatría,  que había caído otro loco de ésos de los viernes. "Me falta el estómago" repitió en un tono más severo, tratando de imprimir algo de fuerza en esas palabras que marcaban lo imposible. El joven al fin sonrió. "sí señor, enseguida llamo a la enfermera para que empiece con los estudios" le contestó tranquilamente, confiando en el próximo diagnóstico de alguna patología mental.
Pero casi como por casualidad estaba de guardia esa noche Carla, la chica alegre que había trabajado con él en el restaurant durante pocos meses, y que se había recibido de enfermera poco tiempo despuès de que cayera bromatología y mandara al dueño a la cárcel; la vio por un resquicio de la puerta y pidió hablar con ella. Se sintió aliviado cuando la vio entrar: su historia quizás fuese ahora tomada en serio, y pudieran al menos ayudarle a pasar la noche. Ella pareció interesarse, no demasiado: claramente ofreció una salida liviana, el estrés y que María lo dejara una semana atrás podían llevarlo a somatizar tan fácilmente, hoy en día todos tenemos estas recaídas y vos sabés. Como no podía dejarlo pasar, por las dudas le hizo una receta para una ecografía, no porque creyera que fuesen a encontrar algo pero quizás una úlcera, algo que justificara ese sentir.
El que sí quedó boquiabierto fue el ecografista, cuando el martes a las seis de la tarde se sentó en su banqueta esperando que se hicieran las ocho para irse a casa porque su mujer le había prometido cocinar lasagna, y en vez de un estómago ulceroso se encontró con el vacío. Sí, literalmente, un vacío en medio del cuerpo, como si estuviera mirando a un paciente que espera un transplante, sólo que éste estaba aparentemente sano y moviéndose por el frío que le causaba el gel en la panza. Un horror, una mutación horrible de la naturaleza, pensó, aunque en cuestión de segundos se le ocurrió que podría escribir un artículo sobre este hombre si se le asignara el caso; el hospital ganaría fama y él se llenaría de dinero. Se le llenó la boca de agua al mismo tiempo que se acordaba de la lasagna y firmaba una orden para la internación urgente del paciente 225: "El hombre sin estómago" titularía el diario del jueves, y él orgulloso daría entrevistas para confirmar el hallazgo, como si ese cuerpo no tuviera un dueño pensante y fuese una especie nueva que había que catalogar.
Nada de lo que estaba pasando era su elección: mejor dicho, había sido elección de su estómago irse, y èl no habìa podido impedirlo, ni siquiera averiguar las causas. Sospechaba que tenìa algo que ver con la olla de carne podrida que encontró detrás de las botellas de gaseosa. El estado de putrefacción era tal que el olor inundó la casa como una ola que ni siquiera el gato del vecino pudo esquivar. El vómito lo atravesó apenas intentó sacar la bolsa al basurero de la calle. Las náuseas lo invadieron hasta muy entrada la noche, suficiente como para causarle pesadillas, a pesar de los doce sahumerios que prendió en un intento desesperado por olvidar lo que había visto (y que lo hicieron estornudar sin control, y también soñar con un mundo pudriéndose entre asquerosidades animales y humanas). Pero no le parecía suficiente para que un estómago quisiera fugarse: lo había maltratado en ocasiones anteriores y jamàs habìa escuchado de algo semejante.

(Continuarà)

lunes, 19 de noviembre de 2012

Eleonora

Ella sigue creciendo en mi inconsciente. Qué me importa entonces la paranoia de los viernes, el estrés y las pastillas, si en cada sueño que pueda se me va a aparecer. No comprendo qué es lo que busca de mì. Bueno, en realidad sí lo sé, pero no tengo ganas de admitírselo, porque con esa sonrisa de pìcara, que claramente copió de vos, me puede sacar hasta las ganas de levantarme. No me agrada que me invadan los sueños, pero ella no me pide permiso. La amé desde siempre, y sigue volviendo sólo por eso. Sigue apareciendo una y otra vez, intermitentemente, con sus cintas blancas en el pelo, caminando siempre delante de mí. Y vos a mi lado, claro, porque a ninguno se le daría por correrla: estamos demasiado ocupados mirándonos a los ojos como para prestarle atención y lo sabe, se aprovecha de eso, corre, canta, nos rodea y sigue viaje. Como un monstruito burlón, surgiendo de un pasado infantil, de la revancha de este tiempo muerto, inexistente fantasma viene a patearme el deseo, a desafiarme con un berrinche. No eres real, Eleonora: tú lo sabes y yo también. Déjame descansar hoy, y mañana, y los próximos cinco años: quizás entonces te dé una cita con mi terapeuta, sólo una, para que las palabras pronunciadas a la luz del diván te empujen hacia un lado u otro de una vez por todas.