viernes, 9 de marzo de 2012

Inexpugnable


Las torres de marfil crecieron hasta asemejarse a Babel; realmente sus lenguas habían cambiado, tanto que se sintieron traicionados. Los atrapó la sensación de haber vivido un sueño, una illusio que sólo existía en sus cabezas. La seducción los había atravesado con las palabras, los cuerpos siempre habían sido parte de algo obvio y secundario. Las consumaciones tácitas los alcanzaron incluso antes de que se supieran hundidos en un deseo ineludible. Ese mismo deseo estaba ahora atrapado entre mareas frías, en un pozo al que ninguno quería asomarse. Lo abandonaron sin saber porqué, sin tener una razón certera. Si hubieran tratado de explicarlo sólo habrían creado más confusión, o incluso se habrían lastimado intentando mostrar un sentimiento incomprensible. Ella quiso frasearlo más de una vez. Él supo enseguida que no había forma de lograrlo. No los rodeaba el silencio, pero el ruido de fondo era una constante que, ineludible, los dejaba al borde de las lágrimas en los días que todo se movía en la dirección contraria. Ella caminaba sin mirar a su alrededor. Él viajaba sin importarle el destino. Ambos siguieron inventando juegos. El otoño hizo que todo cayera. Ella decidió cambiar de imagen para no ser agua de foso. Él siguió siendo un caballero demasiado tímido –y quizás escondiera cierto temor a un rechazo, a un arrepentimiento-. No sabían cómo trepar las murallas propias, mucho menos las del otro. Temían ser invasivos y por eso cayeron en figuras apáticas y desinteresadas. Ella quería hablarle, pero temía sentir que su voz era inútil; por eso en sueños gritaba. Él pensó que era su culpa, que su falta de acciones lo había mostrado como un glaciar frente al calor de una fogata, y que por eso era mejor callar, antes que seguir hiriéndola. Se cruzaron en una fiesta, una noche de manos frías y amigos ebrios. Ambos pretendieron no conocerse, a pesar de las miradas sorpresivas que les dirigieron algunos. No pudieron encontrarse más allá de las bufandas y otra vez se balancearon sobre cuerdas y andamios flojos. Los puentes estaban cerrados, los gestos de cariño nunca habían sido suficientes para el amor. Ambos tomaron el camino de vuelta más rápido a la soledad: decidieron, en el mismo instante, que era demasiado trabajo intentar, que el riesgo no valía la recompensa. Los barquitos en la tormenta se alejaron de los faros, pensamientos adentro, sin puertos amigables que los recibieran –con los brazos abiertos- a la vista.

1 comentario:

José A. García dijo...

La dificultad la plantea el hombre, lo arduo de su labor es igual a su interés por lograr el objeto.

Donde dice hombre también puede decir mujer.

¿Cuál es el deseo último? ¿Lograrlo o fracasar?

Saludos

J.