miércoles, 11 de abril de 2012

Inadecuado


A ella le molestaba su silencio. Le molestaba que actuara como si nada hubiera pasado, como si sus palabras no le hubiesen afectado. Le molestaba creer que ya no tenía ningún tipo de impacto en su vida. Por eso creció un rencor impropio en sus antebrazos, por eso se alejó de los lugares que él frecuentaba. Él no podía asimilar su rechazo, pero en ningún momento dejó que se le escapara una lágrima. Sin quererlo se cortó el pelo como a ella siempre le había gustado. Intentó jugar a consolarla desde algún lugar lejano, pero sólo logró crear un clima extraño. Ella ya no podía sostenerle la mirada, él no quiso acercarse nuevamente. Pero lo que los enloqueció al final fueron los otros cuerpos: los otros brazos que la rodearon a ella, que la atajaron del salto que había elegido; las otras manos que tomaron las de él para sostenerlo. Los otros terminaron el trabajo que habían empezado ellos mismos: el lento camino a la destrucción de los recuerdos, la mutación final, cercenaba todos los sentidos de encuentros anteriores, los volvía impuros, inestables, inválidos, inútiles sabores de un pasado que no volvería a ser. Y si se les ocurría tomarlos por asalto –los recuerdos suelen ser incontrolables- los golpeaban con toda la fuerza de las palabras que la cobardía, o quizás la cordura, no les permitió pronunciar. Pero los otros estaban ahí, eran reales, tan reales como puede ser un cuerpo en la noche, la lluvia entrando por la ventana y el olor de la tierra mojada. Nada podía cambiar eso, nada podía detener el movimiento del mundo, los nuevos caminos que recorrían, los objetos diferentes que los rodeaban, las pieles tibias que rozaban en sábanas desconocidas. Todo parecía flamante en medio de una flameante historia que los envolvía sin aproximarse siquiera a un cierre, donde las vueltas en círculo estaban a la orden del día, donde no había jamás nada que decirse, jamás un momento de sinceridad absoluta, jamás una inhalación en calma, jamás tiempo para vaciar el dolor en el lugar debido. Sólo no había tiempo.

1 comentario:

José A. García dijo...

A veces alguien habla de más, y otro habla de menos.

Lo mejor, y más difícil, es lograr el punto exacto en el que ambos hablan la misma cantidad de palabras en el mismo tiempo.

Saludos

J.