sábado, 18 de octubre de 2008
Más allá. Capítulo 1
Ella la conoció un día frío de julio, de ésos que congelan la nariz. Absorta en el diario, levantó la cabeza y la vio: una morocha flaquita, tan flaquita que sus rasgos se le antojaron un tanto andróginos; la mandíbula marcada, los ojos grandes.
-Hola.
-Hola- le respondió la flaca, sonriendo. –Tenés fibrones verdes?
-Sí- contestó, ella nerviosa, sentía que se le enrojecían los pómulos. –Son dos cincuenta- y mientras se lo alcanzaba notó que la flaca tampoco podía mirarla fijo, la torpeza de las manos en la billetera.
Ese día no se dijeron nada; tampoco al siguiente, ni al otro. Tomó un tiempo que se animaran a mirarse sin vergüenza, a dirigirse palabras en un rápido cruce de ojos. Si hubiese sido por ella, jamás hubiera abierto la boca. Pero la flaca no aguantó más y se animó. La esperó un día a la salida para invitarla a tomar un café, té, lo que gustara. Ella temblaba de los nervios, pensando que podía no gustarle su camisa, su forma pausada de hablar, el maquillaje oscuro. Pero la flaca se portó tan bien, casi como un caballero: hablaron de la vida, el trabajo, los libros en común. Ni se mencionaron lo más importante, eso que las dos escondían y que en medio de un café hubiera abierto una brecha innecesaria, un momento incómodo. No hacía falta expresar el deseo, los gestos decían todo, y ellas sabían que estaba ahí, esperando.
A medida que pasaron los días y los cafés en el bar de la esquina, algo empezó a cambiar en ella, estaba contenta, feliz por nada, sonreía en la calle, se le salía la primavera por los poros. Había encontrado a su cómplice en silencio, alguien con quien hablar y ser ella sin necesidad de gritar su secreto. Cuando le sonreía, se sentía entendida y segura.
Hasta que el verano trajo el calor, el viento tibio y la lluvia, y llena de sentimientos que la abrumaban, ella se animó a hablar. La flaca la estaba esperando afuera como siempre, con sus zapatillas rojas, el jean rotoso y el pelo desordenado.
-Querés venir a mi casa?-. La pregunta se le escapó en un susurro, temerosa de la respuesta, casi como pidiendo permiso para hacer ruido. La flaca sonrió, y al ver la ansiedad en los ojos de ella le preguntó:
-Estás segura?-.
Ella asintió sin pensarlo, sin acordarse de los reparos que había puesto hasta ese momento, del miedo que la había atormentado al soñar con esa pregunta. Caminaron juntas, sólo eran un par de cuadras, hablando del calor y las prontas vacaciones. La flaca se rió cuando ella creyó haber perdido la llave mientras le temblaban las manos que revolvían el bolso.
-Pasá, sentite como en tu casa-. La invitó a recorrer el lugar, pequeño y cómodo, mientras le convidaba un mate dulce, tan dulce porque a ella se le cayó el azúcar. Se excusó, escuchó que la llamaban distraída en una risa ahogada, una risa que intentaba arrancarla de su estado nervioso. Ella mantuvo la distancia formal, el espacio entre los cuerpos, para evitar cualquier choque o roce. Pero cuando se tiraron en el sillón (el mate en el medio) supieron que no podían escapar de lo inevitable, ella le quiso mostrar unos libros y la flaca le dijo que no se fuera, que se quedara en el sillón con ella, que se los mostraba después. Ella sintió la mirada de la flaca en su boca, en su cuello, recorriéndola, y no se atrevió a devolvérsela (aunque lo deseaba, aunque anhelaba encontrar un gesto que correspondiera a tantos meses de consumaciones tácitas.)
La flaca, tan caballerosa como siempre, se limitó a contemplarla sin acercarse un centímetro. Ella dudaba. Si se atrevieron hasta ese punto, porqué no seguir?. Tantos cafés y té en la esquina, habían llegado a conocerse bastante bien; hasta había fantaseado con rozar sus labios sobre la piel morena de la flaca, tan tentadora, tan cercana. Pero… Pero… Algo la frenaba, algo le decía que estaba sintiendo demasiado, que su corazón iba a estallar.
-Tenés miedo?- sintió que le preguntaban, y su cara respondió por ella. Sólo es cuestión de animarse, se dijo. Tomó la mano izquierda de la flaca y se la llevó al corazón. Aún no quería mirarla a los ojos, aún no. Pero la flaca movió la mano hacia su barbilla, y la obligó a levantar la cara.
-Muñeca, le dijo, yo siento lo mismo que vos. También tengo miedo.
El silencio que siguió les cortó las gargantas, y ya no pudieron decir nada más.
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1 comentario:
En el mate super dulce se hallaba la linea sin retorno, y claro, como no podía ser de otra manera, tenía que cruzarla, quien sabe que clase de cataclismos podrían haberse generado con una negativa a sorber ese veneno.
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