El final del verano estaba tan cerca, a sólo unas semanas. A ella le daba miedo: el invierno amenazante traía a soledad de la mano. A él no podía importarle menos. Ella soñaba que discutía con sus amantes, que todo llegaba a su fin, que el cambio era inevitable (y sería doloroso). Él se alejaba de lo que pudiera implicar un movimiento: todo debía permanecer tal y como era, a pesar del cambio de temperatura. Ninguno de los dos se hubiera atrevido a confesarlo, pero la ansiedad los carcomía por dentro. Sus silencios tenían significados totalmente distintos. Ella soñó con un cielo apocalíptico, plagado de soles que estallaban en medio de la inmensidad, y quedó extasiada. Él soñó con ella, que soñaba su cielo apocalíptico. Ella entendió lo que significaban las imágenes. Él se olvidó en unas horas de lo que había visto por la noche. No se conocían, realmente. Las palabras nunca habían sido suficiente, ni las fotos, ni los videos. Habían compartido camas, desayunos, libros, música, catarsis en grupo, y aún así, no podían alcanzarse. Ella lo sabía, y le dolía. Él quizás lo intuyó en una mirada, pero decidió no creerlo. Siguieron mirándose al espejo mientras el verano se terminaba, sin que sus manos se tocaran, sin que ella consiguiera sus respuestas, sin que él concibiera otra posibilidad, sin amor, sin dolor, sin dulzura, sin crueldad. Nada.
2 comentarios:
atrapante!! Me quedé con ganas de que siga el texto, será que se viene la pazchinovela? je.
un
BEso
Nada, sinónimo, también, de vacío.
Saludos
J.
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