domingo, 4 de marzo de 2012

Insensible

Se alejaron. Ella decidió probar otros cuerpos, él otros hoteles. El tiempo pasó muy rápido, inventaron ceremonias de interior con otras intenciones. Se extrañaban, pero el vacío que había crecido en sus cuentas de mail no los aterraba, sólo los dejaba en la nada, en el agujero de lo inevitable. Las formas de sus rostros empezaron a volverse borrosas, a encontrarse en la calle, en un recuerdo sin luz. La tensión de creerse más de lo que en realidad eran los había dejado exhaustos para seguir arrojándose cuerdas al otro lado del puente. Cayeron, como mil veces lo habían hecho, en sí mismos, en la rutina de los días indiferenciables. La conversación interminable se cortó sin que ellos lo desearan. Ella encontró suficiente tiempo para deshacerse de viejos papeles. Él se lastimó una mano en una mudanza ajena, y se aburrió en la sala de espera de un hospital. Le molestaba la falta de una sonrisa, pero no quería reconocerlo. Ella huía de todo lo que le llevaba a él. Ambos dejaron de sentir el abrazo invisible que alguna vez los había unido, ese abrazo que era fuerte y agradable y tal vez llevaba un poco de desesperación. Las imágenes que antes los asaltaban desaparecieron entre obligaciones, números, colectivos y multitudes imparables. Era fácil distraerse de lunes a viernes, y dormir de corrido los otros dos días para no pensarse. Ella anhelaba que creciera algo nuevo, algo diferente. Él veía caer rayos y cerraba los ojos en espera de un ruido que lo estremeciera hasta la médula. Él se cerró a las palabras, ella se abrió por completo a la tinta, tanto, que se empapó los vestidos, mientras él daba caminatas bajo la lluvia. Ninguno quiso llorar. Ninguno quiso escuchar los viejos nombres. Los arrinconó el silencio.





1 comentario:

José A. García dijo...

La peor parte luego de una ruptura, la cantidad de papeles acumulados en todos los rincones posibles...

Y ni hablar de los recuerdos que debemos suprimir.

Saludos

J.