viernes, 7 de noviembre de 2008

Exorcismo


Anoche me robé una mujer, y la destrocé en mil pedazos. Me robé su pelo, sus manos, sus dientes y sus piernas. Con una mirada logré que me siguiera. El resto fue fácil. La encerré entre mis brazos, bebí de su miel; la agoté en todas sus fuentes. Tendida y sin vida la abandoné, dejándola a merced del viento. De nada servía atar mi cinta negra a sus muñecas: ella era una gata antes de conocerme, y lo seguiría siendo mucho después. Me reconocí en su rostro cubierto de lágrimas, sus heridas eran las mías, sus pies eran mi sombra. Esa sumisión, esa espera habían sido mías alguna vez, y ahora me asqueaba contemplarlas, saborearlas con mis ojos. Algo en ella me decía que era imposible alcanzarla, que su verdad estaba mucho más allá de la mía, en donde el sentimiento no puede razonarse. Y en un arrebato de furia contra mi propia impotencia -era incapaz de darle otra cosa que no fuera dolor- la golpeé con todas mis fuerzas, alejándola, arrancándola de mi lado. Pero sus marcas ya estaban clavadas en mí, y aunque intenté lavarlas, taparlas con otras manos, no pude quitármelas de encima. Por eso tuve que sangrarlas, intentando olvidar esa noche en que fui dueña de su alma sólo para degollarla con mis propias manos, inútil imitación de una suavidad que nunca podré recuperar.


Escrito 23-10-08

No hay comentarios: