viernes, 7 de noviembre de 2008

Más allá. Capítulo 2


Lo que siguió a esa tarde fue completamente natural. Ella perdió la vergüenza de a poco, dejó de usar tantas ropas negras –sus colegas le decían “la viudita”- y las reemplazó por otras, rojas, blancas, verdes, faldas informales, remeras con dibujos. Su transformación era notable y sin embargo escondía, a cualquiera que le preguntase, las verdaderas causas de su cambio. No se sentía lista todavía para abrir sus sentimientos al mundo, y sin embargo se despertaba cada día con un solo pensamiento: se estaba enamorando, lentamente, y se dispuso a disfrutar cada segundo del proceso. Algunas cosas jamás se moverían. Quería hacer de éste un amor cuidado, maduro; la impulsividad de la adolescencia había quedado atrás hacía mucho tiempo, y la posibilidad de encontrar una mujer con quien compartir la vida la llenaba de entusiasmo. Sería ésta la oportunidad tan esperada?
Nunca se había preocupado tanto por otra persona. Sus amores habían sido fugaces, impulsivos y llenos de confusiones que sólo le causaron miedo y dolor. Ahora sentía, presentía que ella era distinta, que estaba lista para arriesgarse, para hablar en serio por primera vez. Se miró al espejo, comprobó que su vestido nuevo combinara con los zapatos que compró para esa noche. La flaca llegaría en veinte minutos, se habían prometido no hablar de nada serio en el camino al restaurant, querían olvidarse del mundo por un rato, cenar y postre, nada de bailes: ella buscaba la tranquilidad de un abrazo. Seis meses exactos desde el primer café, recordar los nervios y las palabras en voz baja, la flaca que se reía cada vez que ella enrojecía de vergüenza, “pero no, muñeca, si esos ojos brillan tanto, no los cierres nunca…”. Le devolvió el cumplido con una caricia, llegó la hora de pedir la cuenta y salir, caminar por la ciudad iluminada.
-Dónde podemos ir a ver las estrellas?- preguntó ella. Sólo deseaba retardar el adiós, retener a su lado esos labios que ya sentía suyos (era amor? Ya podía decirlo de esa manera?)
-Bueno… hay un lugar cerca, un parque…-. La flaca la miró extrañada, y luego entendió. La tomó de la mano, y llegaron al lugar cerca de la medianoche. Encontraron un banco y juntas se quedaron ahí abrazadas, mirando al cielo en silencio. Ella esperó por una estrella fugaz para entregarle su deseo, pero no encontró ninguna, y decidió rogarle a todas que cuidaran éste recién nacido amor que llevaba sobre su pecho, y que se había convertido en la razón para levantarse cada mañana.
Estaba inquieta. No quería perder el momento, arruinarlo hablando: pero eso que sentía se le iba a explotar entre las manos si no se desahogaba. Y qué mejor situación para hacerlo que ésa? Demasiada cursilería, se dijo. Pero se detuvo de repente al ver que la flaca la miraba extasiada: ella había estado gesticulando sin darse cuenta, mientras la observaban con una sonrisa burlona apenas esbozada.
-Porqué me mirás así?-
-Estabas hablándote sola, y haciendo caras…-
-Lo sé, es que tengo que decirte algo.-
-No me asustes, muñeca. ¿Pasa algo?. ¿Hay algo que te moleste?-. Semejante anuncio la dejó perpleja: no sabía qué esperar.
-No… es que… desde hace un tiempo que…-
Ella hablaba muy poco, y la flaca esperó a que terminara la frase. Sabía que no podía presionarla, que a ella las palabras le salían en los últimos segundos antes de estallar, a chorros, como un géiser; lo mejor era dejarla ordenarse y ser paciente.
-Sabés que no me gustan las etiquetas, que nunca hablamos de una relación seria pero, yo te amo…-
Jamás se lo dijo a otra mujer, y por un momento le ganó el pánico. Pero la sonrisa de la flaca y los besos con los que le cubrió la cara le hicieron comprender cuánto valían las palabras que acababa de pronunciar. Sintió en el corazón una tibieza líquida, como si la envolviera una ola de un mar de verano.
-Yo también te amo.-
Lo entendió. Era feliz junto a ella, y ya podía dar el siguiente paso.


Escrito 22-10-08

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