miércoles, 4 de julio de 2012

Colectivo (invierno)

La luna estaba increíble esa noche. Tenía un color anaranjado con destellos rojizos que nos tenía embobadas mientras la mirábamos por la ventanilla del colectivo. Me corrí de mi asiento para apoyar mi cabeza en tu hombro y que me abrazaras. Volvíamos de la casa de tu viejo, era la primera vez que nos veía juntas y yo estaba un poco desanimada porque creía no haber causado una buena impresión. Pero ninguna de las dos dijo una palabra durante todo el viaje, que se hizo un poco más largo de lo usual; el tiempo se alargaba y la luna se agrandaba, más y más. Parecía que quería decirnos algo, que le dolía alguna parte, que estaba sangrando y necesitaba una curita. Deseé que ese recorrido por la autopista no se terminara nunca, que siguiéramos toda la noche abrazadas frente a ese cielo que se nos venía encima a cada rato, para quedarme escuchando tu respiración y la mía perfectamente al unísono, porque entre nosotras siempre funcionó mejor el silencio, porque en ese momento estábamos suspendidas entre nuestro propio tiempo líquido y el asiento tapizado de gris. Pero ayer te crucé en la calle y corriste la mirada para no saludarme.

1 comentario:

José A. García dijo...

Algunas veces el silencio es el mejor compañero del momento, aunque duela, aunque duela, aunque duela... (quiero convencerme de ello, por eso lo repito)

Saludos

J.