Cuando se despertó esa mañana, instantáneamente supo que le faltaba el estómago. Se había ido a dormir con un cuerpo completo y ahora le faltaba un órgano. ¿Qué tenía que hacer? Se vistió despacito por las dudas, aunque no le dolía nada, y enfiló para el hospital. Cómo se los iba a explicar, pensaba, pero le preocupaba más el porqué. Cuatro cuadras, nomás, hasta que entró a la guardia con semejante cara de susto que la chica detrás del mostrador lo hizo pasar en quince minutos a una salita blanca con una camilla pequeña. Cuando apareció un muchacho jovencito con una bata también blanca, se lo dijo en un susurro: "No tengo estómago." El joven se paralizó y lo miró fijamente a los ojos, tratando de descubrir si esas palabras tenían algo de veracidad o si ya tenía que ir a decirle a la enfermera que llamara a los de psiquiatría, que había caído otro loco de ésos de los viernes. "Me falta el estómago" repitió en un tono más severo, tratando de imprimir algo de fuerza en esas palabras que marcaban lo imposible. El joven al fin sonrió. "sí señor, enseguida llamo a la enfermera para que empiece con los estudios" le contestó tranquilamente, confiando en el próximo diagnóstico de alguna patología mental.
Pero casi como por casualidad estaba de guardia esa noche Carla, la chica alegre que había trabajado con él en el restaurant durante pocos meses, y que se había recibido de enfermera poco tiempo despuès de que cayera bromatología y mandara al dueño a la cárcel; la vio por un resquicio de la puerta y pidió hablar con ella. Se sintió aliviado cuando la vio entrar: su historia quizás fuese ahora tomada en serio, y pudieran al menos ayudarle a pasar la noche. Ella pareció interesarse, no demasiado: claramente ofreció una salida liviana, el estrés y que María lo dejara una semana atrás podían llevarlo a somatizar tan fácilmente, hoy en día todos tenemos estas recaídas y vos sabés. Como no podía dejarlo pasar, por las dudas le hizo una receta para una ecografía, no porque creyera que fuesen a encontrar algo pero quizás una úlcera, algo que justificara ese sentir.
El que sí quedó boquiabierto fue el ecografista, cuando el martes a las seis de la tarde se sentó en su banqueta esperando que se hicieran las ocho para irse a casa porque su mujer le había prometido cocinar lasagna, y en vez de un estómago ulceroso se encontró con el vacío. Sí, literalmente, un vacío en medio del cuerpo, como si estuviera mirando a un paciente que espera un transplante, sólo que éste estaba aparentemente sano y moviéndose por el frío que le causaba el gel en la panza. Un horror, una mutación horrible de la naturaleza, pensó, aunque en cuestión de segundos se le ocurrió que podría escribir un artículo sobre este hombre si se le asignara el caso; el hospital ganaría fama y él se llenaría de dinero. Se le llenó la boca de agua al mismo tiempo que se acordaba de la lasagna y firmaba una orden para la internación urgente del paciente 225: "El hombre sin estómago" titularía el diario del jueves, y él orgulloso daría entrevistas para confirmar el hallazgo, como si ese cuerpo no tuviera un dueño pensante y fuese una especie nueva que había que catalogar.
Nada de lo que estaba pasando era su elección: mejor dicho, había sido elección de su estómago irse, y èl no habìa podido impedirlo, ni siquiera averiguar las causas. Sospechaba que tenìa algo que ver con la olla de carne podrida que encontró detrás de las botellas de gaseosa. El estado de putrefacción era tal que el olor inundó la casa como una ola que ni siquiera el gato del vecino pudo esquivar. El vómito lo atravesó apenas intentó sacar la bolsa al basurero de la calle. Las náuseas lo invadieron hasta muy entrada la noche, suficiente como para causarle pesadillas, a pesar de los doce sahumerios que prendió en un intento desesperado por olvidar lo que había visto (y que lo hicieron estornudar sin control, y también soñar con un mundo pudriéndose entre asquerosidades animales y humanas). Pero no le parecía suficiente para que un estómago quisiera fugarse: lo había maltratado en ocasiones anteriores y jamàs habìa escuchado de algo semejante.
(Continuarà)
jueves, 22 de noviembre de 2012
lunes, 19 de noviembre de 2012
Eleonora
Ella sigue creciendo en mi inconsciente. Qué me importa entonces la paranoia de los viernes, el estrés y las pastillas, si en cada sueño que pueda se me va a aparecer. No comprendo qué es lo que busca de mì. Bueno, en realidad sí lo sé, pero no tengo ganas de admitírselo, porque con esa sonrisa de pìcara, que claramente copió de vos, me puede sacar hasta las ganas de levantarme. No me agrada que me invadan los sueños, pero ella no me pide permiso. La amé desde siempre, y sigue volviendo sólo por eso. Sigue apareciendo una y otra vez, intermitentemente, con sus cintas blancas en el pelo, caminando siempre delante de mí. Y vos a mi lado, claro, porque a ninguno se le daría por correrla: estamos demasiado ocupados mirándonos a los ojos como para prestarle atención y lo sabe, se aprovecha de eso, corre, canta, nos rodea y sigue viaje. Como un monstruito burlón, surgiendo de un pasado infantil, de la revancha de este tiempo muerto, inexistente fantasma viene a patearme el deseo, a desafiarme con un berrinche. No eres real, Eleonora: tú lo sabes y yo también. Déjame descansar hoy, y mañana, y los próximos cinco años: quizás entonces te dé una cita con mi terapeuta, sólo una, para que las palabras pronunciadas a la luz del diván te empujen hacia un lado u otro de una vez por todas.
lunes, 10 de septiembre de 2012
(fr) agile
Lucas se piensa un boludo, un boludo por dejarse ser tan vulnerable. Concluye que debería ser más cuidadoso con lo que le pide al universo; él quiso un huracán y se lo trajeron. Ahora está agarrado de un poste de luz tratando de que no se le salgan las zapatillas. Era más fácil patear piedras, y quejarse de ellas.
Sólo Chopin podría calmarlo un poco, después del choque de temporalidades arbitrarias que lo tuvo lloriqueando todo el día, aparte del viento en contra, claro. Pero cómo calzarse los auriculares cuando la lluvia lo punza tan fuerte que apenas puede abrir los ojos; el mp3 estará en su bolsillo, si es que no se lo llevaron las aguas ya. Aparentemente algún otro idiota habrá pedido la luna (seguro para regalársela a una amante infiel, que no la supo apreciar) y el universo decidió cumplirles a ambos el deseo, porque la oleada está cada vez más cerca de arrastrarlo, de resbalarle las manos, de dejarle en claro que es un boludo por haber deseado algo tan destructivo. Podría haber buscado un punto medio, pero no: había demasiados paralelismos rondándolo, y no tuvo mejor idea que ponerse en extremista y enfrentar el movimiento de frente, así con toda la jeta, a pesar de no saber nadar, ni qué hacer en caso de una catástrofe natural. Mira los pedazos de árboles que pasan flotando entre sus piernas, de vez en cuando alguna cafetera, una muñeca rota. No hay nada que pueda hacer, se queda ahí aferrado al poste como si lo hubieran atado con correa, esperando que pase algún amable señor en bote y le ofrezca un café, o un licor al menos, porque se le están enfriando los pies y no sea cosa que pesque un resfrío, después los baños de vapor por la fiebre, no sea cosa que.
http://www.youtube.com/watch?v=MPvS0g2papI
Sólo Chopin podría calmarlo un poco, después del choque de temporalidades arbitrarias que lo tuvo lloriqueando todo el día, aparte del viento en contra, claro. Pero cómo calzarse los auriculares cuando la lluvia lo punza tan fuerte que apenas puede abrir los ojos; el mp3 estará en su bolsillo, si es que no se lo llevaron las aguas ya. Aparentemente algún otro idiota habrá pedido la luna (seguro para regalársela a una amante infiel, que no la supo apreciar) y el universo decidió cumplirles a ambos el deseo, porque la oleada está cada vez más cerca de arrastrarlo, de resbalarle las manos, de dejarle en claro que es un boludo por haber deseado algo tan destructivo. Podría haber buscado un punto medio, pero no: había demasiados paralelismos rondándolo, y no tuvo mejor idea que ponerse en extremista y enfrentar el movimiento de frente, así con toda la jeta, a pesar de no saber nadar, ni qué hacer en caso de una catástrofe natural. Mira los pedazos de árboles que pasan flotando entre sus piernas, de vez en cuando alguna cafetera, una muñeca rota. No hay nada que pueda hacer, se queda ahí aferrado al poste como si lo hubieran atado con correa, esperando que pase algún amable señor en bote y le ofrezca un café, o un licor al menos, porque se le están enfriando los pies y no sea cosa que pesque un resfrío, después los baños de vapor por la fiebre, no sea cosa que.
http://www.youtube.com/watch?v=MPvS0g2papI
lunes, 3 de septiembre de 2012
Gestación
Ser sólo un cuerpo
Yaciendo a tu lado.
Una imagen extraña
Sin pensamiento.
Nueve meses de histeria y parimos ésto. Miradas fijas en un rostro que no es más que otra cara del dodecaedro. Me invitaste a probarme tus espejos, y lo hice: tan humana me sentí, tan pequeña, tan palabra vacía. Aunque no sea sólo la noche, desconozco la oscuridad en tus marcas. Y si necesito encontrar tu música para conocerte, ¿dónde la encuentro?. ¿Cómo dejar de recordar tu aliento en mi espalda, si tus dedos se sintieron como agujas en mis venas enloquecidas? Si sos un alquimista de pensamientos, ¿cómo evitar que tus mordidas -dulzura asesina- me atraviesen la piel y la mente? Destrozaré este cuerpo para recomenzar otro, sin promesas, transmutación que requiera de tu intervención física, no tu juicio; tus anomalías lingüísticas incitándome a literaturizarlo todo, hasta el fuego que abandonaste acá sobre mi ombligo.
El error era vivir el amor con culpa.
Yaciendo a tu lado.
Una imagen extraña
Sin pensamiento.
Nueve meses de histeria y parimos ésto. Miradas fijas en un rostro que no es más que otra cara del dodecaedro. Me invitaste a probarme tus espejos, y lo hice: tan humana me sentí, tan pequeña, tan palabra vacía. Aunque no sea sólo la noche, desconozco la oscuridad en tus marcas. Y si necesito encontrar tu música para conocerte, ¿dónde la encuentro?. ¿Cómo dejar de recordar tu aliento en mi espalda, si tus dedos se sintieron como agujas en mis venas enloquecidas? Si sos un alquimista de pensamientos, ¿cómo evitar que tus mordidas -dulzura asesina- me atraviesen la piel y la mente? Destrozaré este cuerpo para recomenzar otro, sin promesas, transmutación que requiera de tu intervención física, no tu juicio; tus anomalías lingüísticas incitándome a literaturizarlo todo, hasta el fuego que abandonaste acá sobre mi ombligo.
El error era vivir el amor con culpa.
Decirte
que te estuve esperando
que siempre te espero
que no estoy paranoiqueando
que te quiero ver
que necesito que me mires a los ojos
que me tengas asì, enredada a tu cuerpo
que apagues el telèfono
que te olvides del mundo
que te quedes sólo conmigo
que tomes de mì lo que quieras
que te agotes y me agotes
que me arranques lo que nunca me atreví a darte
que descubras lo que estuve conteniendo
que me pidas lo que buscàs
que te dejes ganar, sòlo esta vez
que te pierdas en mis manos
que me dejes jugar con tu deseo
que me veas hundirme en vos
que no cierres los ojos
que me enseñes
que te acerques despacio
que me toques y te toques
que me mimes
que me permitas mimarte
que me des una oportunidad
para mostrarte lo mejor de mí,
para darte las palabras correctas,
para que te regale toda mi dulzura
toda mi lujuria
y nada más.
martes, 7 de agosto de 2012
Estados nocturnos
Llueve, y les tengo miedo a los truenos. Me pregunto si será posible evadir la cuota de pasivo-agresividad que viene con el amor, que parece imposible evitar. Será necesario este invierno pasar en estado de inconsciencia. Entonces prefiero ponerme los auriculares al máximo volumen, no pensar en el futuro por un rato: la ventana se está llenando de gotitas luminosas, y de a poco se van borrando más recuerdos.
http://www.youtube.com/watch?v=PYVjetrr9yM
http://www.youtube.com/watch?v=PYVjetrr9yM
domingo, 5 de agosto de 2012
Lemon pie on a belly button
Escucho tu música y no sabés lo que se teje detrás, lo que crece desde tus huellas pasadas. El mundo en el que nos atoramos es demasiado pequeño. ¿De dónde salió esa historia? De un discurso que ni siquiera comenzó y ya es una omisión. Porque no pude volver a escribir una carta desde que la primera me dijo que había quemado todas -más de cien- en un ritual nocturno: no quise que jugaran con mis palabras, nunca más. Sólo yo tengo derecho a incinerarlas. Sólo yo elijo cuándo hacerlas desaparecer (y ese deseo me persigue).
Volvió la niebla a mi ventana. Hay libros por todas partes. Estoy sola.
Volvió la niebla a mi ventana. Hay libros por todas partes. Estoy sola.
domingo, 29 de julio de 2012
Pared (verano)
Veinte días sin terapia y caí en la cuenta de que había demonizado el fin del invierno y la primavera indecisa. Entonces apareciste vos. Febrero, calor, remera blanca y lentes negros, pura imagen y el detonador en la mano listo para estallar. No esperaste a que me calle para tirarte a mi boca, y en una tarde nos olvidamos de los preámbulos, la histeria, el pavoneo para la conquista. No había palabras, no servían de nada, porque en esos cinco segundos en los que me detuve en tus ojos, entendiste que mis balas de plata te estaban haciendo una pregunta más que certera, que no hizo falta contestar. Tampoco querías contestarla. Eso era todo, ni un poco más ni un poco menos: una brecha de vacaciones, y la complicación de un sentir hubiera arruinado la búsqueda de la saciedad momentánea. Me quedé un rato largo mirando la pared blanca, tratando de que mi mente quedara así también. Los cuerpos rotos no ayudaron en nada; sabía que no volvería a verte. Pero seguís ahí, observándome, desde afuera, sin hacer un movimiento.
miércoles, 25 de julio de 2012
Plaza (primavera)
Nos encontrábamos en el mismo lugar, "nuestro" banco de la plaza, cada vez que podíamos. Todavía no te había regalado tu otro nombre, pero cada roce era motivo de cachetes colorados y disculpas sin sentido; ya teníamos códigos aunque sólo nos habíamos dado unos pocos besos. Ese día te vi llegar con tu camisa marinera y una sonrisa de oreja a oreja, tu saludo tímido -un lugar público, nos hubiera traído problemas, andar de trampa y tu familia y todo lo que cayó fuera de tiempo-. Te sentaste un poco lejos, con la mochila en medio, como si un objeto tan inerte pudiera frenar el quilombo hormonal que nos pasaba por adentro, que me aceleraba el corazón si te descubría mirándome fijamente. Hablamos un rato, pavadas que traslucían ganas de sentirnos cerca, la facu, gustos en común, el clima; el sol nos alcanzaba desde la esquina, te cruzaba un ojo, ya me había sentado de frente para poder mirar tu boca, y de repente, la ráfaga inesperada y la lluvia de florcitas violetas. Miraste hacia arriba y alzaste las manos para cazar alguna, sorprendida de que el cielo nos hiciera un regalo, nos diera su bendición tan pronto, y la luz te llenó de puntitos luminosos que a mí se me hicieron mágicos. Creo que el tiempo se detuvo un instante en la comisura de tus ojos. Esa fue la señal: tenía que reconocer que me estaba llenando de sueños otra vez, que te acercabas a mí con la fuerza de un imposible. Te convertiste en todo y eso, por supuesto, nos llevó a la nada.
domingo, 15 de julio de 2012
miércoles, 4 de julio de 2012
Colectivo (invierno)
La luna estaba increíble esa noche. Tenía un color anaranjado con destellos rojizos que nos tenía embobadas mientras la mirábamos por la ventanilla del colectivo. Me corrí de mi asiento para apoyar mi cabeza en tu hombro y que me abrazaras. Volvíamos de la casa de tu viejo, era la primera vez que nos veía juntas y yo estaba un poco desanimada porque creía no haber causado una buena impresión. Pero ninguna de las dos dijo una palabra durante todo el viaje, que se hizo un poco más largo de lo usual; el tiempo se alargaba y la luna se agrandaba, más y más. Parecía que quería decirnos algo, que le dolía alguna parte, que estaba sangrando y necesitaba una curita. Deseé que ese recorrido por la autopista no se terminara nunca, que siguiéramos toda la noche abrazadas frente a ese cielo que se nos venía encima a cada rato, para quedarme escuchando tu respiración y la mía perfectamente al unísono, porque entre nosotras siempre funcionó mejor el silencio, porque en ese momento estábamos suspendidas entre nuestro propio tiempo líquido y el asiento tapizado de gris. Pero ayer te crucé en la calle y corriste la mirada para no saludarme.
Ventana (otoño)
La lluvia se volvió más y más frecuente desde que nos encontramos. Recuerdo miles de detalles de esa noche de otoño en la que el aire tibio -mejor dicho, la falta de él- antes de la tormenta se nos volvió insoportable. Mirábamos una película de fantasmas, y me levanté de la cama, desnuda, para apoyarme en la ventana abierta a buscar un poco de alivio. No había ninguna luz prendida en nuestro cuarto: sólo el reflejo de la tele, y la luz de mercurio de la vereda de enfrente que daba de lleno en mi cara. No te levantaste conmigo, simplemente te quedaste en la cama con tu cigarro, apoyada en mil almohadas. Pude sentir cómo me recorrías la espalda con la vista al mismo tiempo que caían las primeras gotas. Me sonreí: era uno de esos instantes en los que la costumbre se resquebraja desde adentro, porque la lluvia, vos y la luz de mercurio estaban ahí, todas atravesándome. Me gusta ese recuerdo. Me gusta pensar que no te olvidaste de ese aire cálido. Pero hoy soy sólo la silueta en la ventana que alguna vez te sonrió.
domingo, 24 de junio de 2012
Inasible
Ella se
compró un gato y sus reacciones se volvieron más instintivas. La planta que él
le había regalado –la de las flores color naranja-, murió devorada por tres
orugas horrorosas. Él jamás se enteró de que la tiró a la basura. No se enteró
de nada más, porque no lo deseaba: en algún punto sabía que sus sentimientos
por ella se habían retorcido en una maraña de resentimiento, envidia y tardes
imposibles. Ella se imaginó que él había tirado todas sus cartas, y no pudo
contener una lágrima. La muerte de las palabras siempre la había entristecido.
Al final entendió que la ira era un motor poderoso, pero imposible de mantener
a largo plazo. Él se arrojó a la rutina que siempre había odiado, de cabeza y
sin pensarlo, porque no había otra opción. Y así empezó a mostrar a los dientes
ante la menor turbulencia. La música ya no lograba calmarlo, sólo en soledad y
silencio escuchaba su propio latir. Hubiera querido arrancarse de encima la
duda de lo que podría haber sido; ella lo deseaba también.
viernes, 15 de junio de 2012
Movimiento continuo
Vos hamaca,
yo tobogán,
tan diferentemente
iguales.
Levito en tu música,
Levito en tu música,
nadás en
mis palabras.
Lo que gestás
en sueños
es lo que escondo.
(Tu tranquilidad
en el camino,
mi apuro
hacia las metas.
Tu alma
quiere viajar,
la mía
desea estar aquí.)
No te dejaré
caer
entre plurales
indecisos.
Sólo en
verso y bailes,
deseo poseerte sin posesión.
deseo poseerte sin posesión.
Entintarte cada
vez
sin pedir nunca
de más.
Transición
pura.
miércoles, 23 de mayo de 2012
Fijación
Nenas complejas, rivotrilizadas,
estresadas, psicopatologizadas,
neuróticas de uñas largas.
Estigmatizadas, magas y locas,
tortas tatuadas, desubicadas,
putas, brujas cansadas.
En tu hoguera quemadas,
eróticas, indeseadas,
sin cajita feliz envasadas.
Existen para ser tocadas,
grafiadas, revolucionadas;
jamás alcanzadas ni atrapadas.
Que si me gustaste, fue porque te parecías a Muerte (a la mía).
estresadas, psicopatologizadas,
neuróticas de uñas largas.
Estigmatizadas, magas y locas,
tortas tatuadas, desubicadas,
putas, brujas cansadas.
En tu hoguera quemadas,
eróticas, indeseadas,
sin cajita feliz envasadas.
Existen para ser tocadas,
grafiadas, revolucionadas;
jamás alcanzadas ni atrapadas.
Que si me gustaste, fue porque te parecías a Muerte (a la mía).
sábado, 12 de mayo de 2012
Dedos en la nuca
Un cumplido que descalabra
resbalando por tu cuello.
Éste, el olor de los hombres
en manos que marcan lo que
siempre fuiste, delicia,
rozarte en dibujos enredados.
Te observo en movimiento
descifrar el animal en
tu espalda fina, frágil,
agazapado o asustado.
Un delirio ígneo a plena
luz que repta por los pies
desnudos y tus muñecas
desautomatizándome.
resbalando por tu cuello.
Éste, el olor de los hombres
en manos que marcan lo que
siempre fuiste, delicia,
rozarte en dibujos enredados.
Te observo en movimiento
descifrar el animal en
tu espalda fina, frágil,
agazapado o asustado.
Un delirio ígneo a plena
luz que repta por los pies
desnudos y tus muñecas
desautomatizándome.
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Intentos de poesía
miércoles, 18 de abril de 2012
Insurrecto
Todo lo que la asusta le socava los pulmones. Todo lo que la persigue le apunta a la garganta. Porque uno tras otro se le rompen los castillos, con foso, puente levadizo y lo demás. Caen como una explosión programada al ritmo de la música de negros que le dejaron y que se le pegó. No sabe cómo detener lo que ya está en marcha. Las palabras ahora son inútiles, especialmente los ruegos. Caer de rodillas le deja raspones que no la hacen llorar. Se entretiene con otras armas ingeniosas, de las que que no sirven para defenderse, que se la llevan de la rutina. La única opción es entregarse al tiempo y lo sabe, pero se re-niega; le molesta la espera. Ya no puede esperar. No sabe hacerlo, porque la quietud la ahoga. No sabe callarse, no sabe porqué todo desaparece, no sabe que ser sumisa no es lo que le toca.
Porque el sentimiento, volverá. Lo sabe. Una y otra vez la causalidad le arma rayuelitas en las esquinas, en direcciones diferentes. Y si no las encuentra, se las busca. Encuentra mil formas de escapar de la hora muerta, de lo que debería, de lo que no está en sus libros, de lo que no alaba. Cuando se reinvente, lo sentirá otra vez. Aunque las caídas le dejen cascaritas rojas, todas las personas que lleva en sí la putean hasta que se vuelve a parar. Mil veces, en mil años, en mil almas. Todo lo que siente cambiará.
Porque el sentimiento, volverá. Lo sabe. Una y otra vez la causalidad le arma rayuelitas en las esquinas, en direcciones diferentes. Y si no las encuentra, se las busca. Encuentra mil formas de escapar de la hora muerta, de lo que debería, de lo que no está en sus libros, de lo que no alaba. Cuando se reinvente, lo sentirá otra vez. Aunque las caídas le dejen cascaritas rojas, todas las personas que lleva en sí la putean hasta que se vuelve a parar. Mil veces, en mil años, en mil almas. Todo lo que siente cambiará.
lunes, 16 de abril de 2012
Inmedicable
La costumbre de que le rompan el corazón, lo insensibiliza. Ya es sólo un trámite, un número de teléfono menos. Vuelve siempre a los mismos lugares, las mismas canciones, las mismas noches de insomnio. Los sueños cambian, a veces, un poco. Sólo un poco. La pregunta de fondo, sin embargo es siempre la misma maldita incógnita. Los días siguen, a la luz del sol todo se ve brillante, pero cuando se va, sólo el tacto lo salva. Lo salva del agujero. Su quietud es sólo una ironía, su deseo más ardiente es entrar en combustión espontánea y desaparecer. Es sólo una fase del péndulo, dice. Un momento en la hamaca en la que se queda suspendido antes de volver atrás. El cuerpo no tiene nada que ver, no. Es la cabeza, es el sueño, es el anhelo. Es el aire, es ella, es el agua, es ella, es el fuego. Fuego, sobre todo, el incendio del verano anterior, una promesa que se quedó a medio camino, un fallido, un incompleto. Tenía las manos arrugadas. Tenía los pies descalzos. Temía que lo encontrara. Temía que hubiera un más allá.
miércoles, 11 de abril de 2012
Inadecuado
A ella le molestaba su silencio. Le molestaba que actuara como si nada hubiera pasado, como si sus palabras no le hubiesen afectado. Le molestaba creer que ya no tenía ningún tipo de impacto en su vida. Por eso creció un rencor impropio en sus antebrazos, por eso se alejó de los lugares que él frecuentaba. Él no podía asimilar su rechazo, pero en ningún momento dejó que se le escapara una lágrima. Sin quererlo se cortó el pelo como a ella siempre le había gustado. Intentó jugar a consolarla desde algún lugar lejano, pero sólo logró crear un clima extraño. Ella ya no podía sostenerle la mirada, él no quiso acercarse nuevamente. Pero lo que los enloqueció al final fueron los otros cuerpos: los otros brazos que la rodearon a ella, que la atajaron del salto que había elegido; las otras manos que tomaron las de él para sostenerlo. Los otros terminaron el trabajo que habían empezado ellos mismos: el lento camino a la destrucción de los recuerdos, la mutación final, cercenaba todos los sentidos de encuentros anteriores, los volvía impuros, inestables, inválidos, inútiles sabores de un pasado que no volvería a ser. Y si se les ocurría tomarlos por asalto –los recuerdos suelen ser incontrolables- los golpeaban con toda la fuerza de las palabras que la cobardía, o quizás la cordura, no les permitió pronunciar. Pero los otros estaban ahí, eran reales, tan reales como puede ser un cuerpo en la noche, la lluvia entrando por la ventana y el olor de la tierra mojada. Nada podía cambiar eso, nada podía detener el movimiento del mundo, los nuevos caminos que recorrían, los objetos diferentes que los rodeaban, las pieles tibias que rozaban en sábanas desconocidas. Todo parecía flamante en medio de una flameante historia que los envolvía sin aproximarse siquiera a un cierre, donde las vueltas en círculo estaban a la orden del día, donde no había jamás nada que decirse, jamás un momento de sinceridad absoluta, jamás una inhalación en calma, jamás tiempo para vaciar el dolor en el lugar debido. Sólo no había tiempo.
miércoles, 21 de marzo de 2012
Inmutable
Ella deseaba secretamente que le doliera su silencio. Él se escondió en agendas apretadas. Ella tenía a su pesar, complejo de princesa en apuros. Él siempre se había comportado como un caballero, aunque deseaba exactamente lo contrario. Quizás no fuese una coincidencia que el día en que se miraron por primera vez, se desatara una tormenta. Quizás no fuese coincidencia que aún sin confiar en su pont-des-arts, siguieran cruzándose en lugares insólitos. Quizás sólo eran ellos dos que buscaban la literariedad en todo, porque en el fondo sólo deseaban saber que había algo más allá. Julio los había poseído en acaloradas discusiones por una época en la que al sentarse en las plazas los árboles les hacían llover florcitas mientras reían inventando monstruosos secarropas que se alimentaban de medias, buscando motivos estúpidos para realizar marchas y otras escenas inexplicables. Ahora ni eso los consolaba, ya no era suficiente. Nada era suficiente después de la caída en la nada. Ambos necesitaban mutar, y ninguno sabía cómo hacerlo. No sabían cómo buscar la mirada del otro ni apoderarse de ella. No podían intercambiar sus vidas –más de una vez habían hablado sobre- ni seguir enredados en la presencia del otro que se disolvía en entresueños. Ella creía que su vida estaba en una pausa en la que sus emociones se habían congelado. Él afirmaba que la pausa en su vida había sido ella –la única que lo invitó a salir del tiempo. Ella seguía gritándole al mimo y esperando su respuesta, aunque no quería que mirara más allá, que conociera sus oscuridades. Él temía que ella cambiara sus intereses, que lo obligara a cambiar su deseo por el suyo. Por eso, ella cambió todo lo que quiso. Por eso, él no cambió nada. Y cuando volvieron a acercarse lentamente, con miedo a un ataque sorpresa, descubrieron que sus deseos habían mutado. Que el punto de inflexión seguía siendo el mismo, pero lo que antes apuntaba al norte ahora lo hacía hacia el oeste. Las ironías estaban a la orden del día: aunque las vieran, no las nombraban. Ella, de tanto moverse, se había transformado exactamente en eso que él deseaba, sin quererlo. Él había encontrado la necesidad de arreglar lo que ella le reprochaba, pero había perdido el motivo para hacerlo. No se reconocieron, ni en las palabras ni en los gestos; aunque la pared invisible estuviera ahí, ninguno de los dos quiso derribarla: se limitaron a mirarse tristemente, pensando que ni aunque se admiraran como estrategas, sus huracanes tomarían el mismo rumbo.
viernes, 9 de marzo de 2012
Inexpugnable
Las torres de marfil crecieron hasta asemejarse a Babel; realmente sus lenguas habían cambiado, tanto que se sintieron traicionados. Los atrapó la sensación de haber vivido un sueño, una illusio que sólo existía en sus cabezas. La seducción los había atravesado con las palabras, los cuerpos siempre habían sido parte de algo obvio y secundario. Las consumaciones tácitas los alcanzaron incluso antes de que se supieran hundidos en un deseo ineludible. Ese mismo deseo estaba ahora atrapado entre mareas frías, en un pozo al que ninguno quería asomarse. Lo abandonaron sin saber porqué, sin tener una razón certera. Si hubieran tratado de explicarlo sólo habrían creado más confusión, o incluso se habrían lastimado intentando mostrar un sentimiento incomprensible. Ella quiso frasearlo más de una vez. Él supo enseguida que no había forma de lograrlo. No los rodeaba el silencio, pero el ruido de fondo era una constante que, ineludible, los dejaba al borde de las lágrimas en los días que todo se movía en la dirección contraria. Ella caminaba sin mirar a su alrededor. Él viajaba sin importarle el destino. Ambos siguieron inventando juegos. El otoño hizo que todo cayera. Ella decidió cambiar de imagen para no ser agua de foso. Él siguió siendo un caballero demasiado tímido –y quizás escondiera cierto temor a un rechazo, a un arrepentimiento-. No sabían cómo trepar las murallas propias, mucho menos las del otro. Temían ser invasivos y por eso cayeron en figuras apáticas y desinteresadas. Ella quería hablarle, pero temía sentir que su voz era inútil; por eso en sueños gritaba. Él pensó que era su culpa, que su falta de acciones lo había mostrado como un glaciar frente al calor de una fogata, y que por eso era mejor callar, antes que seguir hiriéndola. Se cruzaron en una fiesta, una noche de manos frías y amigos ebrios. Ambos pretendieron no conocerse, a pesar de las miradas sorpresivas que les dirigieron algunos. No pudieron encontrarse más allá de las bufandas y otra vez se balancearon sobre cuerdas y andamios flojos. Los puentes estaban cerrados, los gestos de cariño nunca habían sido suficientes para el amor. Ambos tomaron el camino de vuelta más rápido a la soledad: decidieron, en el mismo instante, que era demasiado trabajo intentar, que el riesgo no valía la recompensa. Los barquitos en la tormenta se alejaron de los faros, pensamientos adentro, sin puertos amigables que los recibieran –con los brazos abiertos- a la vista.
domingo, 4 de marzo de 2012
Insensible
Se alejaron. Ella decidió probar otros cuerpos, él otros hoteles. El tiempo pasó muy rápido, inventaron ceremonias de interior con otras intenciones. Se extrañaban, pero el vacío que había crecido en sus cuentas de mail no los aterraba, sólo los dejaba en la nada, en el agujero de lo inevitable. Las formas de sus rostros empezaron a volverse borrosas, a encontrarse en la calle, en un recuerdo sin luz. La tensión de creerse más de lo que en realidad eran los había dejado exhaustos para seguir arrojándose cuerdas al otro lado del puente. Cayeron, como mil veces lo habían hecho, en sí mismos, en la rutina de los días indiferenciables. La conversación interminable se cortó sin que ellos lo desearan. Ella encontró suficiente tiempo para deshacerse de viejos papeles. Él se lastimó una mano en una mudanza ajena, y se aburrió en la sala de espera de un hospital. Le molestaba la falta de una sonrisa, pero no quería reconocerlo. Ella huía de todo lo que le llevaba a él. Ambos dejaron de sentir el abrazo invisible que alguna vez los había unido, ese abrazo que era fuerte y agradable y tal vez llevaba un poco de desesperación. Las imágenes que antes los asaltaban desaparecieron entre obligaciones, números, colectivos y multitudes imparables. Era fácil distraerse de lunes a viernes, y dormir de corrido los otros dos días para no pensarse. Ella anhelaba que creciera algo nuevo, algo diferente. Él veía caer rayos y cerraba los ojos en espera de un ruido que lo estremeciera hasta la médula. Él se cerró a las palabras, ella se abrió por completo a la tinta, tanto, que se empapó los vestidos, mientras él daba caminatas bajo la lluvia. Ninguno quiso llorar. Ninguno quiso escuchar los viejos nombres. Los arrinconó el silencio.
miércoles, 29 de febrero de 2012
Impensable
Él ya no quería más planteos. Ella no quería más ilusiones estructuradas. Los dos sabían precisamente lo que no buscaban. Sus caminos se cruzaban cuando no había más opciones, cuando era inevitable el desvío, los colectivos, la lluvia y ese extraño viento norte. Entonces los juegos comenzaban, porque era tan fácil retomar desde la vez anterior, porque ninguno de los dos dejaba escapar un detalle. Medían sus palabras con reglas milimétricas, cada una se hilaba a otra que se había pronunciado años atrás. Sólo eran unos enfermos, quizás. O le daban demasiada importancia a los sonidos. Ella lo llamó "ladrón" y él se asustó, aunque la sonrisa burlona que acompañaba a la acusación fuera evidente. Él le dijo que no lo conocía, y a ella se le congeló la cara. Tenían mil nombres para cada uno, mil maneras de llamarse. Él nunca la había visto bailar. Ella no tenía ni una foto de él. Les hubiera encantado meterse en los pensamientos del otro, para desordenarlos, para perder las reglas y probar si fuera posible un comienzo tal cual sucedió antes, en un mar azaroso, donde cualquiera podría haber huído sin dejar rastros.
Una sola vez discutieron, y sus atípicos insultos cayeron sobre sus ojos sin manuales explicativos. Pero se encontraron las perras negras en la arena, y en lugar de destrozarse los colmillos, agacharon la cabeza sin siquiera vislumbrar lo que habían causado. Se lamieron las heridas mutuamente, admitiendo que había demasiado que no comprendían. Y así se dejaron ir, molestos y ansiosos por todo aquello que no podían pronunciar porque no tenía nombre, porque les dolía y no podían acercarse a través de los límites. Sólo en sueños lo habían logrado, en noches de luna llena, asfixia de verano y soledad de auriculares. Siempre se quedaban con el vacío entre ellos, el gusto a poco en la boca y en el estómago, la sensación de que en cualquier momento alguien los pellizcaría para sacarlos de las tierras de Morfeo y serían violentamente arrojados a una oscuridad donde no pudieran volver a consolarse jamás. Ella le prometió que siempre lo recibiría con una sonrisa, aunque su alma intentara incendiarse. Él le prometió que jamás sería violento, aunque se sintiera frustrado. Tenían tantos secretos como era posible, tantos miedos como pesadillas, tantas dudas como temblores sísmicos. Y no se amaban.
lunes, 27 de febrero de 2012
Inalcanzable
Él la recorría con sus palabras, pero ella no dejaba de boquear. "Calláte", quería decirle él. "Callate, que no puedo escuchar tu corazón". Pero la dejó seguir, sin interrumpirla. Lo que él quería era sentirla más cerca, sin que ella volteara la mirada, sin que se le escapara como otras veces. Ya la había visto así, ya había visto cómo le temblaban las piernas, cómo se mordía los labios. Ya le había hecho pedidos inútiles, que ella no respondía más que con un "ok". Le molestaba un poco su vocecita aguda, su torpeza. La ignoraba, la desconocía, excepto cuando apoyaba su boca en la suya. En esos instantes de silencio creía que el mundo se iba a detener, que la costumbre tenía que lograr que se derrumbara un pedazo de cielo. A ella no le importaba la costumbre. Sólo sabía que tenía enfrente un enigma que no podía resolver con palabras, y eso la llevaba a la exasperación. Cuando no pudo jugar, se enojó, y quiso patear latas, apuñalar paredes, puñetear vidrios. Él la veía tan ambiciosa, tan porfiada, tan terca. Ella no quería saber nada de esperas ni tiempos muertos. Creía que ya había esperado demasiado.
Eran dos egos revolcándose en sus ilusiones. Cuando ella reía, él no entendía. Cuando él cerraba los ojos, ella creía que no la quería ver. Cuando ella lo miraba fijamente, él imaginaba lo peor. Cuando él la desafiaba, ella se paralizaba. Seguían jugando sin saber qué buscaban. Ella se arrepentía de dejarlo ir con las manos vacías, pero no sabía usar otra disculpa más que "perdón". Él la observaba y no podía dejar de asociar su cara de nena, su cuerpo de nena con su inexperiencia, su inmadurez. Él deseaba tener algo que ella jamás le daría, ella deseaba lo que él no quería darle.
Eran dos egos revolcándose en sus ilusiones. Cuando ella reía, él no entendía. Cuando él cerraba los ojos, ella creía que no la quería ver. Cuando ella lo miraba fijamente, él imaginaba lo peor. Cuando él la desafiaba, ella se paralizaba. Seguían jugando sin saber qué buscaban. Ella se arrepentía de dejarlo ir con las manos vacías, pero no sabía usar otra disculpa más que "perdón". Él la observaba y no podía dejar de asociar su cara de nena, su cuerpo de nena con su inexperiencia, su inmadurez. Él deseaba tener algo que ella jamás le daría, ella deseaba lo que él no quería darle.
Era necesario preguntarse si la lluvia no borraría las manos, si los truenos no cercarían el placer, si los relámpagos no esconderían los recuerdos de las palabras susurradas al oído. Era necesario, porque seguirían buscándose el uno al otro durante años, sin conocer la razón, sin poseerse por completo. Pasarían los meses y ellos seguirían la misma conversación interminable, el mismo acto indescifrable, a pesar de los códigos y las estocadas con zapatillas en la calle y los paraguas ridículos y las canciones que cantaban al unísono.
lunes, 13 de febrero de 2012
Imposible
El final del verano estaba tan cerca, a sólo unas semanas. A ella le daba miedo: el invierno amenazante traía a soledad de la mano. A él no podía importarle menos. Ella soñaba que discutía con sus amantes, que todo llegaba a su fin, que el cambio era inevitable (y sería doloroso). Él se alejaba de lo que pudiera implicar un movimiento: todo debía permanecer tal y como era, a pesar del cambio de temperatura. Ninguno de los dos se hubiera atrevido a confesarlo, pero la ansiedad los carcomía por dentro. Sus silencios tenían significados totalmente distintos. Ella soñó con un cielo apocalíptico, plagado de soles que estallaban en medio de la inmensidad, y quedó extasiada. Él soñó con ella, que soñaba su cielo apocalíptico. Ella entendió lo que significaban las imágenes. Él se olvidó en unas horas de lo que había visto por la noche. No se conocían, realmente. Las palabras nunca habían sido suficiente, ni las fotos, ni los videos. Habían compartido camas, desayunos, libros, música, catarsis en grupo, y aún así, no podían alcanzarse. Ella lo sabía, y le dolía. Él quizás lo intuyó en una mirada, pero decidió no creerlo. Siguieron mirándose al espejo mientras el verano se terminaba, sin que sus manos se tocaran, sin que ella consiguiera sus respuestas, sin que él concibiera otra posibilidad, sin amor, sin dolor, sin dulzura, sin crueldad. Nada.
sábado, 21 de enero de 2012
Inconcluso
Él la miraba de lejos,
ella no lo habìa visto.
Todavía había tiempo
para huir de un vacío
pero él decidió quedarse,
tal vez lo sorprendiera:
no fuera la niña que suponía,
no fuera la imagen que creaba.
Los clichés no habían servido,
algo en él no quería ceder
al juego que aún no comenzó;
la sintió consciente de sí,
como cualquier otra coqueta
atenta al perseguidor.
Pero no alcanzaron sus ojos
bajos, se negaban a ver
corazones, cuerpos desparramados
sin razón más que el placer.
Se sentían ineptos,
se sentían inconscientes;
él temía su juicio
ella evitaba encontrarlo.
Se alejaban del deseo
para no develar jamás
sus verdaderos nombres.
Face the fire, come into your name
Face the fire.....
Escribir es desangrarse, las palabras son sangre. La sangre es el elixir de la vida, y sólo se puede poseer una vida nombrándola. Pero si intentàs poseer una palabra, se incendia instantáneamente. Fuego en la sangre. Prender fuego la vida, literalmente.
...come into your name
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